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BLACK NIGHTS 2024 Competición

Crítica: Pink Lady

por 

- En lo nuevo del director israelí Nir Bergman, la vida de una joven pareja ultraortodoxa se pone patas arriba cuando sale a la luz la homosexualidad oculta del marido

Crítica: Pink Lady
Nur Fibak en Pink Lady

A lo largo de Pink Lady, sus protagonistas reflexionan, cavilan y meditan sobre “los planes de Dios” y “las intenciones de Dios”, recordándonos que para personas verdaderamente religiosas como ellos, la fe se apoya en la duda y la confusión, no en la certeza. La contradicción es lo bastante contundente y compleja como para trastornar el sentido de uno mismo, además de representar el conflicto que impulsa un guion sólido: si la homosexualidad es profundamente contraria al judaísmo, ¿cómo ha podido Dios imponerla a uno de sus seguidores más fieles dentro de la influyente y temida comunidad jaredí de Israel? Tras Here We Are [+lee también:
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, seleccionada en Cannes en 2020, Nir Bergman ha estrenado Pink Lady en el Festival Black Nights de Tallin, dirigiendo el primer guion de largometraje escrito por Mindi Ehrlich (que se crio en estos ambientes religiosos). Como otros estrenos recientes de películas israelíes en festivales, se trata de una coproducción con Italia.

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Bati (Nur Fibak, en su primer papel importante desde Ahed's [+lee también:
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, de Nadav Lapid) aspira al ideal ultraortodoxo en la Jerusalén contemporánea: trabaja en un baño ritual conocido como mikve, cuida de sus dos hijos pequeños y defiende la prerrogativa femenina de dedicarse al cuidado de la familia y el hogar. Joven, ajena a la realidad e ingenua (de una forma hiperbólica, para crear una oposición binaria en el guion), su mundo se desmorona cuando descubre unas fotos comprometedoras de su marido Lazer (Uri Blufarb) abrazado con otro hombre. Siempre ha habido algo insatisfactorio e incómodo en su matrimonio (lo que se insinúa en una escena inicial en la que Lazer parece sufrir mientras mantienen su único coito mensual en el momento oportuno del ciclo de fertilidad de su mujer), pero ahora puede identificarlo. Las actitudes hacia esta revelación varían: Bati inicia un largo proceso de negación, negociación y aceptación; Lazer teme que su secreto salga a la luz y se somete a regañadientes a una denigrante terapia de conversación religiosa, mientras que el grupo marginal de jaredíes que le chantajea intenta librar violentamente a su comunidad de elementos supuestamente “repugnantes” para Dios, que los castigará a todos.

A pesar de los diversos fallos de construcción y dramaturgia de Pink Lady, estamos ante una película muy urgente, a su manera: una autopsia de lo que aflige a comunidades cerradas y represivas como la ultraortodoxa y otras similares en distintos lugares, y un grito desesperado sobre la fragilidad del statu quo, más que un alegato final y liberal a favor de la tolerancia y la reforma. La comunidad jaredí es una de las piedras angulares del Israel moderno y, obviamente, goza de mayor influencia y poder político que en años anteriores. Figuras disidentes como Lazer y, en última instancia, Bati (cuya peluca de “dama rosa” a lo Natalie Portman en Closer le permite experimentar con la integración en la sociedad laica), no impedirán que se perpetúe de generación en generación, pero son símbolos de cómo, en 2024, hay menos posibilidades de suprimir el mundo moderno. La disonancia cognitiva que experimentamos cuando Lazer sugiere “Photoshop” como explicación al daño, cuando escuchamos los podcasts alegres y ortodoxos que siguen, e incluso cuando el grupo de hombres de barba larga y ropa holgada golpea a Lazer en la calle como auténticos matones, parece intencionada por parte de Ehrlich y Bergman.

La película evoluciona desde una especie de thriller de cine de autor, a medida que la intriga en torno a las fotos clandestinas consume a la familia, hasta una auténtica comedia sexual (una de las tradiciones históricas de la industria cinematográfica israelí), cuando Lazer y Bati hacen un último esfuerzo por encajar en la camisa de fuerza de una pareja no deseada. Lamentablemente, la forma general y la trayectoria de Pink Lady generan una desafortunada desconexión con su visión sobre uno de los elementos más febriles del Israel contemporáneo.

Pink Lady es una coproducción entre 2-Team Productions (Israel) y Rosamont (Italia). mk2 films es el agente de ventas internacional.

(Traducción del inglés)

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